Economía

La verdadera doctrina de Estados Unidos de Norteamérica

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La historia es clara: cada vez que un pueblo de América Latina intentó recuperar sus recursos y decidir su destino, Estados Unidos apareció con la excusa perfecta para invadir, derrocar gobiernos o imponer dictaduras. Detrás de los discursos sobre democracia y libertad, siempre hubo petróleo, minerales, tierras fértiles y control geopolítico. El imperio se vistió de salvador, pero lo que dejó fue hambre, represión y sangre. Sin embargo, los pueblos nunca permanecieron de brazos cruzados: resistieron con dignidad, organización y memoria.

En Guatemala, en 1954, la CIA derrocó a Jacobo Árbenz porque se atrevió a tocar los intereses de la United Fruit Company, la todopoderosa bananera estadounidense. El pretexto fue el comunismo; la realidad, defender monopolios extranjeros. El resultado: más de tres décadas de guerra interna, masacres y más de 200 mil muertos, en su mayoría indígenas. Aun así, la resistencia guatemalteca nunca se rindió: las comunidades mayas, pese a la represión, mantuvieron vivas sus lenguas, su cultura y su organización comunal, y hoy siguen reclamando justicia y memoria frente al genocidio.

En Chile, en 1973, Nixon y Kissinger movieron los hilos para quebrar la democracia y apoyar el golpe contra Salvador Allende, quien había nacionalizado el cobre para los chilenos. La mentira fue otra vez la “amenaza roja”; la verdad, el temor a perder el control del mineral que alimentaba las industrias norteamericanas. El saldo: un Palacio de La Moneda bombardeado, miles de desaparecidos y una dictadura sangrienta. No obstante, desde el mismo 11 de septiembre, estudiantes, trabajadores y artistas chilenos levantaron la voz contra el régimen. Décadas después, Chile recuperó la democracia y hoy su pueblo sigue peleando por una nueva Constitución que rompa con el legado de Pinochet.

La misma receta se aplicó en Panamá en 1989, cuando se justificó la invasión con el argumento del narcotráfico para capturar a Noriega. Lo que estaba en juego no era la droga, sino el Canal de Panamá, arteria vital del comercio mundial. Miles de civiles panameños murieron en bombardeos que Washington nunca reconoció. Pero Panamá resistió: los movimientos sociales denunciaron la masacre y, años después, la soberanía sobre el Canal volvió a manos panameñas, fruto de la presión popular y la lucha diplomática.

En República Dominicana, en 1965, desembarcaron más de 40 mil marines con la excusa de “proteger a ciudadanos estadounidenses” y frenar un supuesto giro comunista, dejando cientos de muertos. Pero la resistencia no se apagó: miles de dominicanos, armados con lo poco que tenían, defendieron su capital durante días frente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, dejando un símbolo imborrable de dignidad.

En Cuba, la fallida invasión de Bahía de Cochinos en 1961 demostró la firmeza de un pueblo que derrotó en apenas 72 horas a mercenarios entrenados por la CIA, consolidando una revolución que, pese al bloqueo, se mantiene en pie más de sesenta años.

En Centroamérica, durante los años 80, la CIA financió guerras sucias y escuadrones de la muerte en Nicaragua, El Salvador y Honduras, pero las comunidades campesinas, obreras y estudiantiles resistieron con organización popular; y en Nicaragua, incluso, triunfó una revolución que sigue siendo referente regional.

El guion se repitió en otros continentes. En Irán, en 1953, la CIA tumbó a Mohammad Mossadegh por nacionalizar el petróleo, pero la resistencia iraní sembró las bases de futuras rebeliones contra el control extranjero. En el Congo, en 1961, el asesinato de Patrice Lumumba buscó frenar la independencia africana, pero su figura se convirtió en bandera de lucha panafricana.

En Afganistán, en 2001, se invadió bajo el pretexto del terrorismo, pero el pueblo afgano resistió dos décadas de ocupación hasta forzar la retirada de Estados Unidos en 2021. En Irak, en 2003, la mentira de las armas de destrucción masiva dejó cientos de miles de muertos, pero también una resistencia que nunca permitió la completa pacificación imperial.

En Libia, en 2011, la caída de Gadafi sumió al país en el caos, pero también emergieron movimientos que luchan por recuperar la soberanía petrolera. Y en Palestina, pese al bloqueo y las bombas sobre Gaza, la resistencia de su pueblo sigue siendo un símbolo mundial de dignidad frente a la ocupación, financiada por miles de millones de dólares de Washington.

Cada continente guarda una herida abierta marcada por la misma mano: la del imperio que no tolera que los pueblos sean dueños de sus recursos y de su destino. Pero también cada pueblo guarda su historia de lucha, de dignidad y de resistencia. En América Latina y el Caribe, como en Medio Oriente o África, las consecuencias se cuentan en dictaduras, masacres, pobreza y desplazamientos; pero la memoria de los caídos y la fuerza de las comunidades mantienen viva la certeza de que la soberanía no se concede, se conquista y se defiende.

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