Costumbre y tradiciones

Día de los Vivos y Muertos: Un Encuentro de Mundos en la Memoria Andina

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Cada noviembre, el Perú revive una tradición milenaria que entrelaza la vida, la muerte y la conexión entre ambos mundos: el Día de los Vivos y Muertos. Esta festividad, que hunde sus raíces en tiempos prehispánicos, refleja la rica cosmovisión de las culturas andinas, en las que la muerte no es el fin, sino una transición a otra forma de existencia.

Desde las civilizaciones ancestrales como los Moche, los Wari, la Chavín y los Incas, las culturas del Perú creían en un vínculo continuo entre vivos y muertos. En esta cosmovisión, los ancestros no desaparecían, sino que permanecían como guías espirituales y protectores de sus descendientes. El respeto por estos ancestros no se limitaba a sus entierros: alimentos, bebidas y objetos personales acompañaban a los difuntos, simbolizando la convicción de que estos los necesitarían en su nueva vida.

Música y canto para sus difuntos en las tumbas de los cementerios de Lima – Perú

Particularmente los Incas desarrollaron complejas prácticas para honrar a sus muertos. La reciprocidad, o «ayni», era un principio central de su sociedad, y este concepto de dar y recibir también incluía a los ancestros. Durante celebraciones importantes, como el Aya Marcay Quilla o «Fiesta de los Difuntos», se exhibían las momias de líderes y familiares en ceremonias públicas, a quienes se les ofrecían alimentos y bebidas, reconociéndolos como «apus» o espíritus protectores.

Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, esta veneración se adaptó a las festividades católicas del Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Lejos de perder sus tradiciones, las comunidades campesinas y nativas fusionaron sus rituales con las prácticas impuestas, incorporando elementos como la oración católica. Pero la esencia andina, centrada en la Pachamama (madre tierra) y el respeto por la naturaleza, sobrevivió.

Hoy, el Día de los Vivos y Muertos en Perú es una celebración vibrante y diversa. En los Andes, las familias preparan el «mast’aku» o «mesa de muertos», decorada con los alimentos favoritos de sus seres queridos fallecidos, chicha, hojas de coca y flores, en una ceremonia que honra la presencia de sus ancestros. Las familias, unidas en el recuerdo, se dirigen a los cementerios, donde a menudo pasan la noche en vigilia y agradecimiento. En la costa y en la Amazonía, aunque la celebración varía, se mantiene el respeto por los difuntos y el simbolismo de las ofrendas. Las familias adornan las tumbas con flores y comparten comidas en un homenaje que se extiende más allá del tiempo.

Las infaltables Tanta Wawas

Para figuras como José María Arguedas y José Carlos Mariátegui, esta festividad no es solo un recuerdo de los muertos, sino un ejemplo de la profundidad cultural andina. Arguedas veía en estas prácticas un puente entre el pasado y el presente, donde lo indígena y lo mestizo se funden en un acto de comunión. Mariátegui, por su parte, veía en este ritual una resistencia cultural, donde el pueblo peruano mantenía vivas sus tradiciones, adaptándolas sin perder su esencia.

Hoy, el Día de los Vivos y Muertos es un acto de fe en la vida que fluye sin interrupción, una memoria colectiva en la que los difuntos viven, y los vivos los mantienen presentes. Con cada ofrenda, Perú renueva su lazo con la historia, la tierra y sus antepasados.

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