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Crónica

Levantamiento de Túpac Amaru II: La Llama Eterna de la Rebelión Indígena

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Hace 244 años, un grito de justicia y libertad estremeció los Andes peruanos y se expandió por toda América Latina. El 4 de noviembre de 1780, José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac Amaru II, inició la mayor rebelión anticolonial del siglo XVIII, una insurrección que encendió la llama de la resistencia contra el dominio español y marcó un antes y un después en la historia del continente. La gesta heroica de este líder indígena, descendiente de la nobleza inca, sigue resonando en cada rincón del Perú y más allá, como símbolo de la lucha contra la opresión.

Micaela Bastidas, la compañera inseparable de Tupac Amaru II

La rebelión de Túpac Amaru II comenzó con un acto de justicia que ha quedado grabado en la memoria colectiva de los peruanos: la captura y posterior ejecución de Antonio Arriaga, el corregidor de Tinta, el funcionario colonial que simbolizaba los abusos y excesos del régimen español. En el distrito de Tinta, donde los ecos de esa justicia siguen vivos, cada 4 de noviembre se lleva a cabo una emotiva escenificación que recuerda ese primer acto de rebeldía. En la histórica plaza del distrito, actores locales, incluyendo trabajadores de la municipalidad y estudiantes, recrean la captura y juicio popular de Arriaga, reviviendo la valentía y determinación de Túpac Amaru II.

La rebelión, sin embargo, no fue solo una cuestión de justicia local. Desde el Cusco hasta el Alto Perú, Túpac Amaru y su esposa, Micaela Bastidas, convocaron a miles de indígenas y mestizos a unirse en la lucha por la libertad. Con firmeza y una visión transformadora, Bastidas no solo apoyó la causa de su esposo, sino que asumió roles estratégicos, liderando acciones y organizando la logística necesaria para sostener el movimiento. Los abusos en las mitas mineras, los impuestos excesivos y las prácticas de explotación habían agobiado a la población indígena por demasiado tiempo, y la insurgencia de Túpac Amaru buscaba cambiar el curso de la historia. La rebelión rápidamente cobró fuerza, logrando importantes victorias en lugares como Ayaviri y Sangarará, donde derrotaron a las fuerzas realistas y demostraron la capacidad de los pueblos indígenas para desafiar al poder virreinal.

Escenificación de la captura y ejecución de Tupac Amaru II

Las autoridades coloniales no tardaron en responder. El virrey Agustín de Jáuregui, desde Lima, envió un ejército de casi 20 mil hombres para sofocar el levantamiento. En un ambiente de lucha desigual, los rebeldes fueron resistiendo hasta que las fuerzas realistas, en superioridad numérica y armamentística, lograron imponerse. Túpac Amaru II y su familia fueron capturados tras una traición y sometidos a torturas inimaginables.

El brutal final llegó el 18 de mayo de 1781, en la Plaza Mayor del Cusco. Túpac Amaru fue forzado a presenciar la ejecución de su esposa, Micaela Bastidas, y de sus hijos, antes de enfrentarse a su propio destino. Desmembrado y decapitado, el cuerpo del líder fue enviado en partes a distintos puntos del virreinato como una advertencia de la Corona española. Sin embargo, lejos de callar su mensaje, su sacrificio resonó con mayor fuerza en los corazones de los oprimidos. La célebre frase “Volveré y seré millones” no solo expresa su indomable espíritu, sino también el eco de la resistencia que se extendería hasta las futuras luchas de independencia en América.

Escenificaciones no faltaron en las municipalidades del departamento de Cusco

Las celebraciones del 4 de noviembre de este año no solo recordaron el inicio de la rebelión, sino que también pusieron en valor su legado. La congresista Margot Palacios Huamán, en su pronunciamiento por el aniversario de esta gesta, destacó a Túpac Amaru como un símbolo eterno de resistencia y dignidad. La Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco (UNSAAC), el Gobierno Regional de Cusco, las municipalidades provinciales y distritales, así como otras instituciones y organizaciones políticas y sociales se sumaron a los actos conmemorativos, reafirmando la relevancia de su memoria en la lucha por la justicia social y la dignidad de los pueblos originarios.

Frase célebre de Tupac Amaru II antes de morir

La rebelión de Túpac Amaru II, aunque sofocada violentamente, marcó el principio del fin del dominio español. Su lucha inspiró movimientos y figuras posteriores, como la Federación Agraria Revolucionaria Tupac Amaru del Cusco (FARTAC), que a sus 51 años de existencia continúa defendiendo los derechos de las comunidades campesinas. En una América que sigue luchando contra las injusticias sociales, el legado de Túpac Amaru sigue siendo un llamado a la resistencia y a la defensa de la dignidad de los pueblos.

A casi 250 años de su gesta, la historia de Túpac Amaru II sigue viva. Su sacrificio y el de su familia no solo son recordados en el Perú, sino que se han convertido en un símbolo de la resistencia indígena a nivel continental.

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Crónica

Vladivideos: el mayor escándalo de corrupción política del gobierno fujimontesinista

Redactor

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El 14 de septiembre de 2000 se difundió el primer Vladivideo, una grabación en la que Vladimiro Montesinos, entonces asesor presidencial de Alberto Fujimori, entregaba fajos de dinero al congresista Alberto Kouri a cambio de su pase al oficialismo. Esa revelación marcó el inicio del colapso del régimen fujimontesinista y destapó una red de corrupción que alcanzó a congresistas, jueces, fiscales y dueños de medios de comunicación.

Hoy, a 25 años de aquel episodio, el país vuelve a poner la mirada sobre un hecho que evidenció cómo el poder político y económico se entrelazaba con prácticas mafiosas. Aunque la caída de Fujimori y la captura de Montesinos parecían cerrar esa etapa, las secuelas aún persisten: la impunidad de varios implicados y la desconfianza ciudadana hacia las instituciones siguen siendo heridas abiertas en la democracia peruana.

La congresista Margot Palacios, a través de su cuenta de Facebook, recordó la fecha señalando: «Hoy, a 25 años de los Vladivideos, recordamos uno de los episodios más vergonzosos de nuestra historia. Aquellas grabaciones nos mostraron sin máscaras cómo se compraban congresistas con fajos de dinero, cómo se sometía a jueces y fiscales, cómo los medios eran silenciados a cambio de sobornos. No fue un hecho aislado, fue la radiografía de un sistema político y económico podrido, dirigido desde las sombras por mafias que traicionaron al Perú. El daño no terminó con la caída de Fujimori ni con la captura de Montesinos. La herencia más grave fue la impunidad y la desconfianza que hasta hoy marcan nuestra democracia.«

El recuerdo de los Vladivideos también plantea una reflexión sobre la continuidad de los actores ligados a aquel régimen. A pesar de la magnitud del escándalo, sus herederos políticos mantienen presencia activa a través del partido Fuerza Popular, liderado por Keiko Fujimori, así como por exfuncionarios y cuadros políticos que reivindican el legado neoliberal y capitalista instaurado en la década de los noventa. Desde el Congreso y otras instancias de poder, estos grupos han buscado preservar un modelo económico que, ha profundizado las desigualdades y debilitado los mecanismos de transparencia y control frente a la corrupción.

La conmemoración de este aniversario no solo revive la memoria de un escándalo, sino que reabre el debate sobre los límites de la democracia peruana frente a la captura del Estado por intereses mafiosos. Recordar los Vladivideos es, hoy más que nunca, una advertencia sobre la urgencia de fortalecer las instituciones y evitar que la historia se siga repitiendo bajo nuevas máscaras políticas.

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Crónica

César Vallejo, el poeta universal de Santiago de Chuco

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Un 16 de marzo de 1892, en el corazón de la sierra liberteña, nació en Santiago de Chuco un hombre destinado a convertirse en una de las voces más profundas y universales de la literatura peruana y mundial: César Abraham Vallejo Mendoza. Él mismo, con esa melancolía que impregna cada rincón de su obra, diría más tarde: “Nací un día que Dios estuvo enfermo, grave”. Y tal vez no haya mejor manera de comenzar a entender la vida y el legado de este poeta, político y ser humano extraordinario, que a través de esa frase que destila su percepción del mundo: un lugar de dolor, pero también de lucha y esperanza.

Infancia y raíces andinas.

César Vallejo vino al mundo como el menor de once hermanos en una familia humilde y profundamente religiosa. Sus padres, Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero, eran campesinos mestizos con un fuerte arraigo a las tradiciones andinas. Este entorno marcó profundamente al futuro poeta. Santiago de Chuco, un pueblo encaramado en las alturas de La Libertad, con sus paisajes agrestes y su gente curtida por la vida, se convirtió en el primer lienzo donde Vallejo pintó sus emociones. La cultura andina, con su cosmovisión rica y su relación íntima con la tierra, palpitó siempre en su obra, aun cuando los años lo llevarían lejos de su tierra natal.

Desde pequeño, César mostró una sensibilidad especial. La pobreza y las injusticias que presenció en su entorno, sumadas a la religiosidad que impregnaba su hogar, moldearon su carácter y su visión del mundo. Estudió en la escuela local, donde destacó por su inteligencia y curiosidad insaciable. Más tarde, su ingreso a la Universidad Nacional de Trujillo marcó un punto de inflexión: allí no solo se formó como intelectual, sino que también comenzó a acercarse a las ideas socialistas que definirían su vida.

El poeta revolucionario

Vallejo no fue un poeta que escribiera desde una torre de marfil. Su pluma fue un arma, un grito, una caricia y un lamento. En 1918 publicó su primer libro, Los heraldos negros, una obra que ya anunciaba su genio y que mezclaba el modernismo con un tono profundamente personal. En ella, el dolor humano se entrelaza con la espiritualidad y las raíces andinas de su infancia. El poema que da título al libro es un ejemplo paradigmático de su estilo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”, escribe, y en esas palabras resuena no solo su sufrimiento personal, sino el de todo un pueblo.

Pero Vallejo no se quedó en la contemplación lírica del dolor. Su obra evolucionó hacia una dimensión más comprometida con la justicia social. En 1922 publicó Trilce, un libro revolucionario que rompió con las formas tradicionales de la poesía y que hoy es considerado una de las obras más importantes de la vanguardia latinoamericana. En Trilce, Vallejo experimenta con el lenguaje, desarma las estructuras gramaticales y crea imágenes que desafían cualquier lógica convencional. Es una obra que refleja su propia fractura interna, pero también su deseo de encontrar un nuevo modo de expresión para un mundo que, a sus ojos, necesitaba ser reinventado.

El político y el exilio

La vida de Vallejo no puede entenderse sin su compromiso político. En la década de 1920, ya instalado en Lima, se involucró activamente con las ideas socialistas y comunistas. Su sensibilidad hacia las injusticias sociales lo llevó a militar en la izquierda peruana, y más tarde, durante su exilio en Europa, a afiliarse al Partido Comunista Español. En 1928 viajó a la Unión Soviética, un experiencia que reforzó sus convicciones políticas y que se reflejó en obras como Rusia en 1931, un libro donde Vallejo combina crónica y poesía para expresar su admiración por el proyecto socialista, aunque siempre desde una perspectiva crítica y humana.

El exilio marcó profundamente su vida. Tras ser expulsado de Perú por motivos políticos, Vallejo llegó a París en 1923, donde vivió en condiciones de extrema pobreza. En Europa enfrentó hambre, enfermedades y la constante precariedad económica, pero también encontró un espacio para dialogar con otros intelectuales y artistas de su tiempo, como Pablo Picasso, Juan Gris y André Breton. Fue en París donde escribió algunas de sus obras más desgarradoras, como Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicada póstumamente y dedicada a la causa republicana durante la Guerra Civil Española.

 Entrevista de César González Ruano a César Vallejo, publicada en Heraldo de Madrid, Enero de 193

La síntesis del sufrimiento y la esperanza

La obra de Vallejo es una síntesis única del sufrimiento y la esperanza. En sus versos, el dolor no es un fin en sí mismo, sino un puente hacia la redención colectiva. Hay una musicalidad doliente en su poesía que recuerda el yaraví ayacuchano, ese canto andino que combina la tristeza con una dignidad inquebrantable. Vallejo no solo escribió sobre el dolor: lo habitó, lo hizo suyo y lo transformó en un canto universal. Sus poemas son un espejo donde se refleja el sufrimiento de los oprimidos, pero también su capacidad de resistencia y su anhelo de justicia.

Esta dimensión revolucionaria de su obra no se limita al contenido político de sus textos, sino que se extiende a su forma misma. Vallejo exigió de sí mismo una creación literaria que estuviera a la altura de los ideales que defendía: una poesía que no solo describiera el mundo, sino que lo transformara. En ese sentido, su legado es profundamente humano, porque en cada verso hay un propósito ético, una voluntad de cambiar las cosas, de hacer del arte un instrumento de lucha y amor.

Muerte y legado eterno

César Vallejo murió el 15 de abril de 1938 en París, en medio de una lluvia que él mismo había profetizado en uno de sus poemas: “Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo”. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Montrouge y, años después, trasladado al cementerio de Montparnasse. Murió pobre, enfermo y lejos de su patria, pero dejó tras de sí un legado inmortal.

Para los izquierdistas, Vallejo es mucho más que un poeta: es un símbolo de lucha, un vate universal que dio voz a los sin voz. Su obra trasciende fronteras y épocas, porque en ella se encuentra la esencia misma de lo humano: el dolor, la solidaridad, la resistencia y la esperanza. En el Perú, Vallejo es considerado el poeta más importante de nuestra historia, y su influencia sigue resonando en generaciones de escritores, artistas y luchadores sociales.

Hoy, al recordar su nacimiento, no podemos sino sentirnos orgullosos de este hijo de Santiago de Chuco, este hombre que llevó la emoción y la cultura andina al escenario mundial, que cantó el dolor de su pueblo con la severidad y la altivez del yaraví, y que nos enseñó que la poesía, cuando es verdadera, puede ser tan revolucionaria como el más valiente de los actos. César Vallejo no solo nació un día que Dios estuvo enfermo: nació para recordarnos que, aun en la enfermedad del mundo, siempre hay espacio para la justicia y la belleza.

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Actualidad

José María Arguedas: El grito indigenista indeleble de los Andes

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En 1911, en el entrañable paisaje de Andahuaylas, en la región de Apurímac, nació José María Arguedas Altamirano, una voz destinada a convertirse en el defensor más apasionado de los indígenas oprimidos y olvidados del Perú. Rodeado de montañas que parecían custodiar las tradiciones milenarias de su pueblo, aquel niño, marcado por la ternura del mundo indígena y el dolor de las injusticias, no solo aprendió a amar la tierra, sino también a soñarla diferente.

Desde sus primeros años, José María vivió la dura realidad de los Andes. Perdió a su madre a los dos años y, con su padre ausente debido a su trabajo como abogado itinerante, quedó al cuidado de su madrastra, en un hogar donde el maltrato y el desprecio eran constantes. Sin embargo, fue en este entorno hostil donde floreció su vínculo con el mundo quechua, pues encontró refugio en las comunidades indígenas, que lo acogieron con un cariño que lo marcaría para siempre. Allí, entre canciones, cuentos y costumbres, surgió su compromiso por plasmar, con fidelidad y amor, la esencia de una cultura muchas veces despreciada.

Arguedas enseñó en colegios y universidades

Durante su juventud, José María vivió en diversos departamentos del sur andino, como Ayacucho, Huancavelic y Cusco, cada uno dejando en él huellas imborrables. Fue en estos lugares donde recogió historias, melodías y el lenguaje que más tarde se convertirían en el alma de su obra literaria. Andahuaylas, sin embargo, sería el epicentro emocional de su infancia, la tierra que le enseñó que el sufrimiento y la belleza pueden coexistir.

Ya en su etapa estudiantil, Arguedas ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Literatura. En las aulas limeñas, lejos de los Andes, reafirmó su compromiso con el indigenismo, inspirándose en el dolor y la lucha de su pueblo para construir una narrativa que uniera las voces fragmentadas del Perú. Su tesis universitaria y sus investigaciones no solo enriquecieron el ámbito académico, sino que también dieron un espacio digno a la cultura quechua en el discurso intelectual del país.

Como profesional, Arguedas se desempeñó como maestro y antropólogo, desde los cuales promovió la inclusión de la cosmovisión andina en el sistema educativo. Como funcionario público, trabajó en el Ministerio de Educación, donde impulsó políticas culturales que valoraban el quechua, las danzas y las costumbres indígenas, convencido de que solo a través de la integración cultural se podía alcanzar una verdadera igualdad.

La literatura de Arguedas no fue solo un acto creativo, sino un instrumento de lucha. Obras como Agua (1935), Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), se nutrieron de esas experiencias tempranas junto a los indígenas al que dijo pertenecer. En ellas, no solo denunció los abusos de los terratenientes y el gamonalismo, sino que también evocó, con un lirismo único, la grandeza de los Andes y la profundidad del alma indígena para resolver el problema del indígena frente a la opresión nacional y latinoamericana. A través de sus relatos, dio voz a quienes el sistema imperante había condenado al silencio, narrando no solo su sufrimiento, sino también su esperanza y resistencia.

Arguedas y su profundo respecto a la música, canto y mundo andino

José María no solo escribió, también cantó. Era un apasionado de las melodías andinas y las incorporó como un testimonio vivo de la riqueza cultural del Perú. Su capacidad para traducir el quechua al castellano sin traicionar su esencia convirtió su obra en un puente entre dos mundos históricamente enfrentados. Su sueño, sin embargo, iba más allá de la literatura. Anhelaba un Perú donde las barreras de clase, lengua y color se desvanecieran, donde los campesinos tuvieran acceso a la justicia y la tierra, y donde el centralismo dejara de ignorar la grandeza del Perú profundo.

“Escribo con amor, porque amo a este pueblo que me crió”, declaró en una ocasión. Estas palabras resumen la esencia de su indigenismo, no como una postura política abstracta, sino como un acto de amor profundo por el Perú y su gente. También, al final de sus días había escrito a su esposa “luchar y contribuir es para mí la vida. No hacer nada es peor que la muerte” como testimonio de su convicción por la lucha constante por su vida y la humanidad.

Arguedas, el niño de Andahuaylas, vivió para cantar y narrar los dolores y esperanzas de los Andes. Desde los cerros de su infancia hasta las aulas universitarias de Lima y los pasillos de las instituciones públicas, nunca dejó de soñar con un país más justo, humano y solidario. Hoy, su legado sigue siendo un llamado a la reflexión y a la acción, un recordatorio de que la tierra no solo se trabaja, también se respeta y se ama.

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