Crónica
Caída de los gobernantes neoliberales del Perú

En la cúspide del poder, rodeados de halagos, algunos mandatarios del Perú vieron su luz apagarse entre juicios, condenas y huida. Lo que en su momento fue promesa de prosperidad y desarrollo, quedó manchado por una oscura sombra de corrupción, violaciones a derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.
La historia reciente del Perú parece estar marcada por un ciclo inquebrantable de escándalos que envuelven a sus expresidentes. Desde los años 90 hasta la actualidad, casi todos los jefes de Estado han sido investigados, acusados o condenados, tanto por corrupción como por violaciones a los derechos fundamentales. Es una historia plagada de traiciones al pueblo, pero también de luchas por la justicia.

Fernando Belaúnde Terry (1963-1968, 1980-1985)
Acusado de corrupción en el primer y segundo gobierno. Su segundo gobierno coincidió con el inicio de la violencia armada en el Perú. Las críticas no solo apuntaban a su incapacidad para frenar al terrorismo, sino también a su indiferencia ante las múltiples violaciones a los derechos humanos que cometían las fuerzas de seguridad en su lucha contra los insurgentes por lo que, se cree que la represión fue una política de gobierno. En la pospresidencia, fue salpicado por el «Petroaudios», una controversia que involucraba negociaciones irregulares en torno al petróleo.
Alberto Fujimori Fujimori (1990-2000)
Condenado a 25 años de prisión por delitos de corrupción y violaciones a los derechos humanos, Fujimori representa el caso más emblemático de la corrupción en el poder. Su alianza con Vladimiro Montesinos, su jefe de inteligencia, lo hundió en una serie de escándalos como el «Vladivideo», donde quedó evidenciado el pago de sobornos a políticos y empresarios. Pero más allá de la corrupción, su gobierno es recordado por las ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y esterilizaciones forzadas. Estos crímenes han sido considerados de lesa humanidad. Murió en el 2024 llevándose muchas incógnitas para el país.
Valentín Paniagua (2000)
Paniagua asumió el poder tras la caída de Fujimori, y si bien su gobierno no estuvo marcado por la corrupción galopante, enfrentó la difícil tarea de manejar una crisis política y económica severa. Ya falleció y su legado es uno de transición democrática, y su figura es vista como una excepción dentro del sombrío panorama de los mandatarios peruanos. Aunque, a decir la verdad, no se hizo una investigación completa de su gobierno.
Alejandro Toledo (2001-2006)
Toledo huyó del país en medio de acusaciones de haber recibido millonarios sobornos de la empresa brasileña Odebrecht. El «Caso Ecoteva» reveló compras irregulares de propiedades que involucraban a su familia directa. Más allá de la corrupción, Toledo también enfrentó críticas por la represión violenta de manifestaciones sociales. A pesar de su promesa de un gobierno democrático y transparente, su caída en desgracia sigue el mismo patrón que sus antecesores.
Alan García (1985-1990, 2006-2011)
García, cuyo primer mandato estuvo marcado por la hiperinflación y la represión, fue vinculado en su segundo gobierno al escándalo Odebrecht. La orden de detención preliminar en su contra por lavado de activos lo llevó a quitarse la vida en 2019. Además de los casos de corrupción, su gobierno fue denunciado por la represión brutal en las protestas de Bagua en 2009, donde murieron decenas de indígenas amazónicos. Este episodio, conocido como el «Baguazo», sigue siendo un símbolo del choque entre el Estado y las comunidades indígenas. Pero no es único, existen varias otras denuncias mas de crímenes de lesa humanidad que de no haberse quitado la vida, las investigaciones ya hubieran concluido en alguna denuncia concreta del Poder Judicial.
Ollanta Humala (2011-2016)
El caso de Humala destaca por la implicación de su esposa, Nadine Heredia, en un supuesto lavado de activos relacionado con aportes ilegales de campaña. Ambos fueron absueltos en primera instancia, aunque las investigaciones continúan. Durante su gobierno, se produjeron graves episodios de represión de protestas sociales, particularmente en las regiones mineras, donde comunidades indígenas luchaban contra proyectos extractivos que, alegaban, afectaban sus territorios y sus derechos, el mismo que en parte fue aplacado por la creación de mesas de diálogo, luego de la represión. A pesar de haber prometidos cambios estructurales, para la opinión pública fue el gobierno que se sumó a los gobernantes neoliberales que continuaron profundizando el modelo económico desigual.
Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018)
Pese a llegar al poder con la promesa de un «gobierno limpio», Kuczynski renunció en medio de acusaciones de haber recibido pagos ilícitos de Odebrecht por contratos públicos. Aunque sigue enfrentando investigaciones, su renuncia precipitó una crisis política que no ha cesado hasta la fecha.
Martín Vizcarra (2018-2020)
Vizcarra fue destituido por el Congreso tras revelarse que había recibido sobornos cuando era gobernador de Moquegua. Además, el «Vacunagate» lo colocó en el centro de la indignación ciudadana, tras descubrirse que él y otros altos funcionarios se habían vacunado de manera secreta contra la COVID-19 antes que el resto de la población. Su mandato también estuvo manchado por el mal manejo de la pandemia y las denuncias de violaciones a los derechos humanos en las protestas que marcaron su caída.
Pedro Castillo (2021-2022)
El último mandatario elegido por voto popular, Pedro Castillo, fue destituido tras intentar disolver el Congreso en lo que fue considerado un golpe de Estado por la derecha política y financiera. Castillo enfrenta múltiples investigaciones por corrupción, con acusaciones que lo señalan por presuntamente favorecer a empresas vinculadas a su entorno, sin condena alguna. Su destitución provocó violentas protestas, durante las cuales se denunciaron numerosas violaciones a los derechos humanos por parte de las fuerzas del orden. Fue detenido y está en la cárcel de manera preliminar, lo que es condenado por la mayoría de peruanos porque lo consideran un secuestro injusto y artero de los enemigos de un gobierno popular.
Dina Boluarte (2022-presente)
Boluarte asumió la presidencia tras la caída de Castillo, y su mandato ha sido marcado por la represión de las protestas, que ha dejado decenas de muertos y heridos. Aunque no ha sido condenada aún por corrupción, las graves violaciones a los derechos humanos que han ocurrido bajo su gobierno han generado crecientes críticas tanto a nivel nacional como internacional, y lidia con las investigaciones fiscales y judiciales, que una vez que deje Palacio de Gobierno, definitivamente, le tocarán la puerta, muy a pesar de las leyes que sus aliados del Congreso de la República como Fuerza Popular y Perú Libre pretendan aprobar para salvarla de ser condenada por lesa humanidad y corrupción cada vez más ostensible.
Las causas de la corrupción y la violencia institucional
Las raíces del problema son profundas: moral del sistema, modelo económico, falta de transparencia, corrupción estatal y, sobre todo, impunidad y complicidad. La corrupción no solo erosiona la confianza en las instituciones, sino que también deja una estela de pobreza y desigualdad. Cada presidente ha dejado huellas difíciles de borrar en la memoria colectiva del Perú, un país que lucha por romper este ciclo.
¿Un futuro sin corrupción?
La pregunta que queda en el aire es si el Perú podrá alguna vez superar esta “maldición” de sus mandatarios. El futuro político del país parece incierto, pero lo que está claro es que los ciudadanos han comenzado a exigir más transparencia y justicia. ¿Será suficiente para cambiar el rumbo de la historia?
Actualidad
El grito incesante del Perú contra Dina Boluarte

Desde que Dina Boluarte asumió la presidencia el 7 de diciembre de 2022, tras la destitución de Pedro Castillo, el Perú no ha dejado de protestar. En el interior del país —Puno, Ayacucho, Cusco, Arequipa, Apurímac, Moquegua, Huancavelica y Junín— la indignación se ha convertido en un clamor permanente. Las movilizaciones, que comenzaron con bloqueos de carreteras y tomas de aeropuertos, dejaron más de 50 muertos y 1.400 heridos entre 2022 y 2023, según Amnistía Internacional.
En Puno, la llamada “Masacre de Juliaca” del 9 de enero de 2023, donde 18 manifestantes fueron asesinados por disparos policiales, marcó un punto de inflexión. Desde entonces, el grito de “Dina asesina” resuena en plazas y marchas. En Ayacucho, el 15 de diciembre de 2022, la represión en Huamanga dejó heridos y detenidos, mientras en Andahuaylas, Apurímac, se reportaron más de 50 lesionados. Estas regiones, donde Pedro Castillo obtuvo más del 80% de respaldo en 2021, hoy concentran el rechazo más alto a Boluarte, cuya desaprobación alcanzó el 92% en 2024 según Datum.
Durante 2023, las protestas se extendieron con la “Tercera Toma de Lima”, que reunió a miles de delegaciones del sur y centro andino. En Cusco, la toma del aeropuerto Velasco Astete dejó heridos, mientras en Arequipa y Moquegua los bloqueos afectaron el transporte y la minería. Las manifestaciones, articuladas por gremios como el Sutep y la Coordinadora Nacional Unitaria de Lucha, no solo exigían la renuncia presidencial, sino una nueva Constitución que devuelva representatividad al país profundo.
El rechazo también se trasladó a los ministros. En octubre de 2024, en Lurigancho-Chosica, Boluarte y el ministro de Salud, César Vásquez, fueron abucheados durante una inauguración escolar. En Huaycán, Morgan Quero, ministro de Educación, recibió huevos y piedras tras calificar de “ratas” a las víctimas de las protestas, lo que derivó en una investigación fiscal. En Huancavelica, en junio de 2025, la ministra de Cultura, Leslie Urteaga, enfrentó pifias en un acto público, y en Arequipa, en julio, manifestantes atacaron un vehículo oficial.
El exministro del Interior, Juan José Santiváñez, censurado por su ineficacia ante la inseguridad en marzo de 2025, fue abucheado en actos policiales. En Loreto, las protestas mineras de julio de 2025 contra el Ministerio de Transportes y Comunicaciones dejaron cuatro heridos y denunciaron el abandono del Estado frente a las comunidades amazónicas.
Otro símbolo del malestar popular es el ministro de Desarrollo Agrario y Riego, Ángel Manero, cuestionado por su cercanía al empresariado minero. En mayo de 2025, gremios agrarios de Arequipa y Puno convocaron un paro nacional contra su propuesta de reducir impuestos solo a agroexportadores, dejando fuera a la agricultura familiar, que representa el 97% de la producción nacional. Sus declaraciones —“si te va mal, no le tienes que pedir nada al Estado”— y su frase en Perumin 37 (“la agricultura puede esperar, la minería no”) desataron protestas en el valle de Tambo, donde manifestantes quemaron una efigie de Boluarte. El 4 de octubre de 2025, en Ayacucho, Manero fue abucheado a la salida de una audiencia agraria por familiares de víctimas y frentes de defensa.
Mientras tanto, las marchas juveniles en Lima y sus periferias reactivan la protesta. En septiembre de 2025, colectivos de la Generación Z salieron a las calles de Los Olivos y Plaza San Martín para denunciar la corrupción y la represión, con varios heridos y una fuerte presencia policial. En redes sociales, los hashtags #DinaAsesina y #FueraBoluarte acumulan miles de publicaciones, reflejando un rechazo que traspasa fronteras.
En septiembre de 2025, Cusco suspendió trenes hacia Machu Picchu por bloqueos, y en Ayacucho, el Sutep lideró marchas exigiendo justicia para las víctimas. El gobierno, sin capacidad de diálogo, califica las protestas como “cultura de odio”, mientras el Congreso, también con más del 90% de desaprobación, sostiene a Boluarte al rechazar mociones de vacancia.
La presidenta concentra hoy más del 85% de su agenda en Lima y Callao, evitando regiones donde su presencia genera rechazo. Pero el interior sigue siendo el termómetro de la crisis política. En Puno, Huancavelica y Arequipa, los pueblos continúan movilizados, exigiendo justicia, elecciones anticipadas y el fin de un sistema que consideran indolente y excluyente.
Las acusaciones por genocidio, corrupción y enriquecimiento ilícito, junto al Rolexgate y las cirugías estéticas ocultas, han profundizado la desconfianza. Cada abucheo, bloqueo o marcha expresa un sentimiento acumulado de traición y abandono.
A tres años del estallido social, el grito no se apaga. El sur y la sierra resisten, con un mensaje que retumba en cada plaza y carretera: el Perú no olvida, y su clamor sigue siendo incesante.
Crónica
Vladivideos: el mayor escándalo de corrupción política del gobierno fujimontesinista

El 14 de septiembre de 2000 se difundió el primer Vladivideo, una grabación en la que Vladimiro Montesinos, entonces asesor presidencial de Alberto Fujimori, entregaba fajos de dinero al congresista Alberto Kouri a cambio de su pase al oficialismo. Esa revelación marcó el inicio del colapso del régimen fujimontesinista y destapó una red de corrupción que alcanzó a congresistas, jueces, fiscales y dueños de medios de comunicación.
Hoy, a 25 años de aquel episodio, el país vuelve a poner la mirada sobre un hecho que evidenció cómo el poder político y económico se entrelazaba con prácticas mafiosas. Aunque la caída de Fujimori y la captura de Montesinos parecían cerrar esa etapa, las secuelas aún persisten: la impunidad de varios implicados y la desconfianza ciudadana hacia las instituciones siguen siendo heridas abiertas en la democracia peruana.
La congresista Margot Palacios, a través de su cuenta de Facebook, recordó la fecha señalando: «Hoy, a 25 años de los Vladivideos, recordamos uno de los episodios más vergonzosos de nuestra historia. Aquellas grabaciones nos mostraron sin máscaras cómo se compraban congresistas con fajos de dinero, cómo se sometía a jueces y fiscales, cómo los medios eran silenciados a cambio de sobornos. No fue un hecho aislado, fue la radiografía de un sistema político y económico podrido, dirigido desde las sombras por mafias que traicionaron al Perú. El daño no terminó con la caída de Fujimori ni con la captura de Montesinos. La herencia más grave fue la impunidad y la desconfianza que hasta hoy marcan nuestra democracia.«
El recuerdo de los Vladivideos también plantea una reflexión sobre la continuidad de los actores ligados a aquel régimen. A pesar de la magnitud del escándalo, sus herederos políticos mantienen presencia activa a través del partido Fuerza Popular, liderado por Keiko Fujimori, así como por exfuncionarios y cuadros políticos que reivindican el legado neoliberal y capitalista instaurado en la década de los noventa. Desde el Congreso y otras instancias de poder, estos grupos han buscado preservar un modelo económico que, ha profundizado las desigualdades y debilitado los mecanismos de transparencia y control frente a la corrupción.
La conmemoración de este aniversario no solo revive la memoria de un escándalo, sino que reabre el debate sobre los límites de la democracia peruana frente a la captura del Estado por intereses mafiosos. Recordar los Vladivideos es, hoy más que nunca, una advertencia sobre la urgencia de fortalecer las instituciones y evitar que la historia se siga repitiendo bajo nuevas máscaras políticas.
Crónica
César Vallejo, el poeta universal de Santiago de Chuco

Un 16 de marzo de 1892, en el corazón de la sierra liberteña, nació en Santiago de Chuco un hombre destinado a convertirse en una de las voces más profundas y universales de la literatura peruana y mundial: César Abraham Vallejo Mendoza. Él mismo, con esa melancolía que impregna cada rincón de su obra, diría más tarde: “Nací un día que Dios estuvo enfermo, grave”. Y tal vez no haya mejor manera de comenzar a entender la vida y el legado de este poeta, político y ser humano extraordinario, que a través de esa frase que destila su percepción del mundo: un lugar de dolor, pero también de lucha y esperanza.
Infancia y raíces andinas.
César Vallejo vino al mundo como el menor de once hermanos en una familia humilde y profundamente religiosa. Sus padres, Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero, eran campesinos mestizos con un fuerte arraigo a las tradiciones andinas. Este entorno marcó profundamente al futuro poeta. Santiago de Chuco, un pueblo encaramado en las alturas de La Libertad, con sus paisajes agrestes y su gente curtida por la vida, se convirtió en el primer lienzo donde Vallejo pintó sus emociones. La cultura andina, con su cosmovisión rica y su relación íntima con la tierra, palpitó siempre en su obra, aun cuando los años lo llevarían lejos de su tierra natal.
Desde pequeño, César mostró una sensibilidad especial. La pobreza y las injusticias que presenció en su entorno, sumadas a la religiosidad que impregnaba su hogar, moldearon su carácter y su visión del mundo. Estudió en la escuela local, donde destacó por su inteligencia y curiosidad insaciable. Más tarde, su ingreso a la Universidad Nacional de Trujillo marcó un punto de inflexión: allí no solo se formó como intelectual, sino que también comenzó a acercarse a las ideas socialistas que definirían su vida.

El poeta revolucionario
Vallejo no fue un poeta que escribiera desde una torre de marfil. Su pluma fue un arma, un grito, una caricia y un lamento. En 1918 publicó su primer libro, Los heraldos negros, una obra que ya anunciaba su genio y que mezclaba el modernismo con un tono profundamente personal. En ella, el dolor humano se entrelaza con la espiritualidad y las raíces andinas de su infancia. El poema que da título al libro es un ejemplo paradigmático de su estilo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”, escribe, y en esas palabras resuena no solo su sufrimiento personal, sino el de todo un pueblo.
Pero Vallejo no se quedó en la contemplación lírica del dolor. Su obra evolucionó hacia una dimensión más comprometida con la justicia social. En 1922 publicó Trilce, un libro revolucionario que rompió con las formas tradicionales de la poesía y que hoy es considerado una de las obras más importantes de la vanguardia latinoamericana. En Trilce, Vallejo experimenta con el lenguaje, desarma las estructuras gramaticales y crea imágenes que desafían cualquier lógica convencional. Es una obra que refleja su propia fractura interna, pero también su deseo de encontrar un nuevo modo de expresión para un mundo que, a sus ojos, necesitaba ser reinventado.
El político y el exilio
La vida de Vallejo no puede entenderse sin su compromiso político. En la década de 1920, ya instalado en Lima, se involucró activamente con las ideas socialistas y comunistas. Su sensibilidad hacia las injusticias sociales lo llevó a militar en la izquierda peruana, y más tarde, durante su exilio en Europa, a afiliarse al Partido Comunista Español. En 1928 viajó a la Unión Soviética, un experiencia que reforzó sus convicciones políticas y que se reflejó en obras como Rusia en 1931, un libro donde Vallejo combina crónica y poesía para expresar su admiración por el proyecto socialista, aunque siempre desde una perspectiva crítica y humana.
El exilio marcó profundamente su vida. Tras ser expulsado de Perú por motivos políticos, Vallejo llegó a París en 1923, donde vivió en condiciones de extrema pobreza. En Europa enfrentó hambre, enfermedades y la constante precariedad económica, pero también encontró un espacio para dialogar con otros intelectuales y artistas de su tiempo, como Pablo Picasso, Juan Gris y André Breton. Fue en París donde escribió algunas de sus obras más desgarradoras, como Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicada póstumamente y dedicada a la causa republicana durante la Guerra Civil Española.

La síntesis del sufrimiento y la esperanza
La obra de Vallejo es una síntesis única del sufrimiento y la esperanza. En sus versos, el dolor no es un fin en sí mismo, sino un puente hacia la redención colectiva. Hay una musicalidad doliente en su poesía que recuerda el yaraví ayacuchano, ese canto andino que combina la tristeza con una dignidad inquebrantable. Vallejo no solo escribió sobre el dolor: lo habitó, lo hizo suyo y lo transformó en un canto universal. Sus poemas son un espejo donde se refleja el sufrimiento de los oprimidos, pero también su capacidad de resistencia y su anhelo de justicia.
Esta dimensión revolucionaria de su obra no se limita al contenido político de sus textos, sino que se extiende a su forma misma. Vallejo exigió de sí mismo una creación literaria que estuviera a la altura de los ideales que defendía: una poesía que no solo describiera el mundo, sino que lo transformara. En ese sentido, su legado es profundamente humano, porque en cada verso hay un propósito ético, una voluntad de cambiar las cosas, de hacer del arte un instrumento de lucha y amor.
Muerte y legado eterno
César Vallejo murió el 15 de abril de 1938 en París, en medio de una lluvia que él mismo había profetizado en uno de sus poemas: “Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo”. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Montrouge y, años después, trasladado al cementerio de Montparnasse. Murió pobre, enfermo y lejos de su patria, pero dejó tras de sí un legado inmortal.
Para los izquierdistas, Vallejo es mucho más que un poeta: es un símbolo de lucha, un vate universal que dio voz a los sin voz. Su obra trasciende fronteras y épocas, porque en ella se encuentra la esencia misma de lo humano: el dolor, la solidaridad, la resistencia y la esperanza. En el Perú, Vallejo es considerado el poeta más importante de nuestra historia, y su influencia sigue resonando en generaciones de escritores, artistas y luchadores sociales.
Hoy, al recordar su nacimiento, no podemos sino sentirnos orgullosos de este hijo de Santiago de Chuco, este hombre que llevó la emoción y la cultura andina al escenario mundial, que cantó el dolor de su pueblo con la severidad y la altivez del yaraví, y que nos enseñó que la poesía, cuando es verdadera, puede ser tan revolucionaria como el más valiente de los actos. César Vallejo no solo nació un día que Dios estuvo enfermo: nació para recordarnos que, aun en la enfermedad del mundo, siempre hay espacio para la justicia y la belleza.
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