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Alianza de partidos de centro derecha pretende suplantar liderazgos socialistas y del campo popular

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A menos de un año de las elecciones generales de 2026, varios partidos que se autodefinen como progresistas o socialdemócratas —Nuevo Perú, PTE-Perú, Primero la Gente y Voces del Pueblo, entre otros— han anunciado su propósito de forjar una “gran convergencia democrática” para enfrentar a las fuerzas liberales y conservadoras. En sendos comunicados aseguran compartir una agenda: el cambio constitucional y una supuesta sintonía con el “Perú profundo”. Sin embargo, los hechos y el historial de sus dirigentes sugieren que prima la estrategia de posicionamiento electoral por encima de una convicción ideológica auténtica.

Un discurso sin raíces

Los líderes de esta alianza insisten en la necesidad de una nueva Constitución “desde abajo”, pero sus alianzas, declaraciones y candidaturas no conectan con las demandas reales del campesinado, los trabajadores o los movimientos populares. Figuras como Verónika Mendoza, Marisol Pérez Tello, Miguel Del Castillo, Alfonso López-Chau y, más recientemente, Guillermo Bermejo, se han movido entre el progresismo limeño y los ámbitos académicos o tecnocráticos, sin presencia sostenida ni organización de base en las zonas rurales.

El caso más ilustrativo es Nuevo Perú, que acaba de presentar como precandidato presidencial a Vicente Alanoca, académico puneño cuyo discurso se sitúa sorprendentemente en el centro-derecha pese a su origen altiplánico. Analistas coinciden en que su figura no logra representar ni movilizar al históricamente combativo sur andino ni al electorado campesino, que aún recuerda las promesas incumplidas de la “falsa izquierda limeña”.

Candidaturas propias: síntoma de fragmentación

Aunque estos partidos exploraron una alianza unitaria, las desconfianzas mutuas, el personalismo y las divergencias estratégicas frustraron la consolidación. Primero la Gente quedó debilitado tras la salida de Susel Paredes y Flor Pablo, mientras que Ahora Nación —liderado por el rector López-Chau— se retiró del proyecto, revelando su incomodidad ante la falta de claridad política del bloque.

La precandidatura de Alanoca es reveladora: Nuevo Perú prefiere apostar por un camino propio antes que ceder espacio a un frente fragmentado y sin liderazgo legítimo. Más que una apuesta ideológica, la maniobra parece una retirada táctica para evitar hundirse con una coalición fallida.

¿Una izquierda sin pueblo?

La izquierda limeña —en la práctica, funcional al capital— carga con una paradoja: pretende hablar en nombre del pueblo sin construir poder real junto a él. Se proclama portavoz del cambio estructural, pero sigue atrapada en ONGs, aparatos estatales, universidades y consultoras, sin generar cuadros con conciencia de clase ni estructuras populares en barrios, comunidades o sindicatos.

Ante esta desconexión, sectores populares menos ideologizados miran hacia otras opciones —desde el etnocacerismo hasta expresiones de nacionalismo, regionalismo y populismo andino-amazónico— que, con todos sus riesgos, al menos se organizan desde el territorio y no desde el eslogan.

El riesgo de la suplantación

La sustitución de los liderazgos populares y de la izquierda socialista por figuras “progresistas” o “caviares” no solo debilita a la izquierda de base como alternativa para 2026, sino que incrementa la antipatía ciudadana hacia la política. Si el discurso de cambio se vacía de contenido, el vacío será ocupado por propuestas autoritarias o abiertamente reaccionarias y neofascistas.

En la recta final hacia las elecciones, la auténtica disputa no será entre derecha e izquierda, sino entre quienes construyen poder popular consistente y quienes solo buscan reciclar discursos para engrosar sus listas parlamentarias.

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