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Crónica
César Vallejo, el poeta universal de Santiago de Chuco

Un 16 de marzo de 1892, en el corazón de la sierra liberteña, nació en Santiago de Chuco un hombre destinado a convertirse en una de las voces más profundas y universales de la literatura peruana y mundial: César Abraham Vallejo Mendoza. Él mismo, con esa melancolía que impregna cada rincón de su obra, diría más tarde: “Nací un día que Dios estuvo enfermo, grave”. Y tal vez no haya mejor manera de comenzar a entender la vida y el legado de este poeta, político y ser humano extraordinario, que a través de esa frase que destila su percepción del mundo: un lugar de dolor, pero también de lucha y esperanza.
Infancia y raíces andinas.
César Vallejo vino al mundo como el menor de once hermanos en una familia humilde y profundamente religiosa. Sus padres, Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero, eran campesinos mestizos con un fuerte arraigo a las tradiciones andinas. Este entorno marcó profundamente al futuro poeta. Santiago de Chuco, un pueblo encaramado en las alturas de La Libertad, con sus paisajes agrestes y su gente curtida por la vida, se convirtió en el primer lienzo donde Vallejo pintó sus emociones. La cultura andina, con su cosmovisión rica y su relación íntima con la tierra, palpitó siempre en su obra, aun cuando los años lo llevarían lejos de su tierra natal.
Desde pequeño, César mostró una sensibilidad especial. La pobreza y las injusticias que presenció en su entorno, sumadas a la religiosidad que impregnaba su hogar, moldearon su carácter y su visión del mundo. Estudió en la escuela local, donde destacó por su inteligencia y curiosidad insaciable. Más tarde, su ingreso a la Universidad Nacional de Trujillo marcó un punto de inflexión: allí no solo se formó como intelectual, sino que también comenzó a acercarse a las ideas socialistas que definirían su vida.

El poeta revolucionario
Vallejo no fue un poeta que escribiera desde una torre de marfil. Su pluma fue un arma, un grito, una caricia y un lamento. En 1918 publicó su primer libro, Los heraldos negros, una obra que ya anunciaba su genio y que mezclaba el modernismo con un tono profundamente personal. En ella, el dolor humano se entrelaza con la espiritualidad y las raíces andinas de su infancia. El poema que da título al libro es un ejemplo paradigmático de su estilo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”, escribe, y en esas palabras resuena no solo su sufrimiento personal, sino el de todo un pueblo.
Pero Vallejo no se quedó en la contemplación lírica del dolor. Su obra evolucionó hacia una dimensión más comprometida con la justicia social. En 1922 publicó Trilce, un libro revolucionario que rompió con las formas tradicionales de la poesía y que hoy es considerado una de las obras más importantes de la vanguardia latinoamericana. En Trilce, Vallejo experimenta con el lenguaje, desarma las estructuras gramaticales y crea imágenes que desafían cualquier lógica convencional. Es una obra que refleja su propia fractura interna, pero también su deseo de encontrar un nuevo modo de expresión para un mundo que, a sus ojos, necesitaba ser reinventado.
El político y el exilio
La vida de Vallejo no puede entenderse sin su compromiso político. En la década de 1920, ya instalado en Lima, se involucró activamente con las ideas socialistas y comunistas. Su sensibilidad hacia las injusticias sociales lo llevó a militar en la izquierda peruana, y más tarde, durante su exilio en Europa, a afiliarse al Partido Comunista Español. En 1928 viajó a la Unión Soviética, un experiencia que reforzó sus convicciones políticas y que se reflejó en obras como Rusia en 1931, un libro donde Vallejo combina crónica y poesía para expresar su admiración por el proyecto socialista, aunque siempre desde una perspectiva crítica y humana.
El exilio marcó profundamente su vida. Tras ser expulsado de Perú por motivos políticos, Vallejo llegó a París en 1923, donde vivió en condiciones de extrema pobreza. En Europa enfrentó hambre, enfermedades y la constante precariedad económica, pero también encontró un espacio para dialogar con otros intelectuales y artistas de su tiempo, como Pablo Picasso, Juan Gris y André Breton. Fue en París donde escribió algunas de sus obras más desgarradoras, como Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicada póstumamente y dedicada a la causa republicana durante la Guerra Civil Española.

La síntesis del sufrimiento y la esperanza
La obra de Vallejo es una síntesis única del sufrimiento y la esperanza. En sus versos, el dolor no es un fin en sí mismo, sino un puente hacia la redención colectiva. Hay una musicalidad doliente en su poesía que recuerda el yaraví ayacuchano, ese canto andino que combina la tristeza con una dignidad inquebrantable. Vallejo no solo escribió sobre el dolor: lo habitó, lo hizo suyo y lo transformó en un canto universal. Sus poemas son un espejo donde se refleja el sufrimiento de los oprimidos, pero también su capacidad de resistencia y su anhelo de justicia.
Esta dimensión revolucionaria de su obra no se limita al contenido político de sus textos, sino que se extiende a su forma misma. Vallejo exigió de sí mismo una creación literaria que estuviera a la altura de los ideales que defendía: una poesía que no solo describiera el mundo, sino que lo transformara. En ese sentido, su legado es profundamente humano, porque en cada verso hay un propósito ético, una voluntad de cambiar las cosas, de hacer del arte un instrumento de lucha y amor.
Muerte y legado eterno
César Vallejo murió el 15 de abril de 1938 en París, en medio de una lluvia que él mismo había profetizado en uno de sus poemas: “Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo”. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Montrouge y, años después, trasladado al cementerio de Montparnasse. Murió pobre, enfermo y lejos de su patria, pero dejó tras de sí un legado inmortal.
Para los izquierdistas, Vallejo es mucho más que un poeta: es un símbolo de lucha, un vate universal que dio voz a los sin voz. Su obra trasciende fronteras y épocas, porque en ella se encuentra la esencia misma de lo humano: el dolor, la solidaridad, la resistencia y la esperanza. En el Perú, Vallejo es considerado el poeta más importante de nuestra historia, y su influencia sigue resonando en generaciones de escritores, artistas y luchadores sociales.
Hoy, al recordar su nacimiento, no podemos sino sentirnos orgullosos de este hijo de Santiago de Chuco, este hombre que llevó la emoción y la cultura andina al escenario mundial, que cantó el dolor de su pueblo con la severidad y la altivez del yaraví, y que nos enseñó que la poesía, cuando es verdadera, puede ser tan revolucionaria como el más valiente de los actos. César Vallejo no solo nació un día que Dios estuvo enfermo: nació para recordarnos que, aun en la enfermedad del mundo, siempre hay espacio para la justicia y la belleza.
Actualidad
José María Arguedas: El grito indigenista indeleble de los Andes

En 1911, en el entrañable paisaje de Andahuaylas, en la región de Apurímac, nació José María Arguedas Altamirano, una voz destinada a convertirse en el defensor más apasionado de los indígenas oprimidos y olvidados del Perú. Rodeado de montañas que parecían custodiar las tradiciones milenarias de su pueblo, aquel niño, marcado por la ternura del mundo indígena y el dolor de las injusticias, no solo aprendió a amar la tierra, sino también a soñarla diferente.
Desde sus primeros años, José María vivió la dura realidad de los Andes. Perdió a su madre a los dos años y, con su padre ausente debido a su trabajo como abogado itinerante, quedó al cuidado de su madrastra, en un hogar donde el maltrato y el desprecio eran constantes. Sin embargo, fue en este entorno hostil donde floreció su vínculo con el mundo quechua, pues encontró refugio en las comunidades indígenas, que lo acogieron con un cariño que lo marcaría para siempre. Allí, entre canciones, cuentos y costumbres, surgió su compromiso por plasmar, con fidelidad y amor, la esencia de una cultura muchas veces despreciada.

Durante su juventud, José María vivió en diversos departamentos del sur andino, como Ayacucho, Huancavelic y Cusco, cada uno dejando en él huellas imborrables. Fue en estos lugares donde recogió historias, melodías y el lenguaje que más tarde se convertirían en el alma de su obra literaria. Andahuaylas, sin embargo, sería el epicentro emocional de su infancia, la tierra que le enseñó que el sufrimiento y la belleza pueden coexistir.
Ya en su etapa estudiantil, Arguedas ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Literatura. En las aulas limeñas, lejos de los Andes, reafirmó su compromiso con el indigenismo, inspirándose en el dolor y la lucha de su pueblo para construir una narrativa que uniera las voces fragmentadas del Perú. Su tesis universitaria y sus investigaciones no solo enriquecieron el ámbito académico, sino que también dieron un espacio digno a la cultura quechua en el discurso intelectual del país.
Como profesional, Arguedas se desempeñó como maestro y antropólogo, desde los cuales promovió la inclusión de la cosmovisión andina en el sistema educativo. Como funcionario público, trabajó en el Ministerio de Educación, donde impulsó políticas culturales que valoraban el quechua, las danzas y las costumbres indígenas, convencido de que solo a través de la integración cultural se podía alcanzar una verdadera igualdad.
La literatura de Arguedas no fue solo un acto creativo, sino un instrumento de lucha. Obras como Agua (1935), Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), se nutrieron de esas experiencias tempranas junto a los indígenas al que dijo pertenecer. En ellas, no solo denunció los abusos de los terratenientes y el gamonalismo, sino que también evocó, con un lirismo único, la grandeza de los Andes y la profundidad del alma indígena para resolver el problema del indígena frente a la opresión nacional y latinoamericana. A través de sus relatos, dio voz a quienes el sistema imperante había condenado al silencio, narrando no solo su sufrimiento, sino también su esperanza y resistencia.

José María no solo escribió, también cantó. Era un apasionado de las melodías andinas y las incorporó como un testimonio vivo de la riqueza cultural del Perú. Su capacidad para traducir el quechua al castellano sin traicionar su esencia convirtió su obra en un puente entre dos mundos históricamente enfrentados. Su sueño, sin embargo, iba más allá de la literatura. Anhelaba un Perú donde las barreras de clase, lengua y color se desvanecieran, donde los campesinos tuvieran acceso a la justicia y la tierra, y donde el centralismo dejara de ignorar la grandeza del Perú profundo.
“Escribo con amor, porque amo a este pueblo que me crió”, declaró en una ocasión. Estas palabras resumen la esencia de su indigenismo, no como una postura política abstracta, sino como un acto de amor profundo por el Perú y su gente. También, al final de sus días había escrito a su esposa “luchar y contribuir es para mí la vida. No hacer nada es peor que la muerte” como testimonio de su convicción por la lucha constante por su vida y la humanidad.
Arguedas, el niño de Andahuaylas, vivió para cantar y narrar los dolores y esperanzas de los Andes. Desde los cerros de su infancia hasta las aulas universitarias de Lima y los pasillos de las instituciones públicas, nunca dejó de soñar con un país más justo, humano y solidario. Hoy, su legado sigue siendo un llamado a la reflexión y a la acción, un recordatorio de que la tierra no solo se trabaja, también se respeta y se ama.
Actualidad
Leo Dan: El mundo se despide de la leyenda de la balada romántica

El 1 de enero de 2025, la música romántica se vistió de luto. A los 82 años, el querido Leo Dan, uno de los cantautores más emblemáticos de Argentina, dijo adiós dejando un legado que trascendió fronteras y generaciones. Con su fallecimiento, el mundo pierde a una de las voces más entrañables de la balada, esa misma que con sus letras llenas de amor, melancolía y esperanza supo conquistar a millones de personas en toda América Latina y más allá.
Un legado de canciones inmortales
Nacido como Leopoldo Dante Tévez en Villa Atamisqui, Santiago del Estero, Leo Dan fue un hombre que supo cómo hacer de la música un lenguaje universal. Durante más de seis décadas, cautivó con su voz cálida y su talento para crear melodías que se grabaron en el corazón de miles de fans. A lo largo de su carrera, escribió más de 2,000 canciones y vendió más de 40 millones de discos. Entre sus composiciones más célebres se encuentran «Te he prometido», «Pídeme la luna», «Santiago querido», «Esa pared» y «Mary es mi amor», temas que hoy permanecen en el repertorio de todos los románticos del continente.

A lo largo de su vida, Leo Dan cosechó un sinfín de reconocimientos, desde discos de oro hasta premios internacionales, entre ellos un Grammy. Pero si algo lo caracterizó más que sus logros es su capacidad para conectar emocionalmente con su público. Cada canción era un reflejo de su sensibilidad, de su profunda conexión con el amor y con los sentimientos más humanos, los cuales no dudó en compartir a través de su música.
Homenajes de artistas y colegas
La noticia de su muerte fue recibida con profunda tristeza no solo por sus seguidores, sino también por artistas de distintas latitudes. En redes sociales, se sucedieron los mensajes de homenaje. Uno de los primeros en manifestarse fue Ricardo Montaner, quien publicó en X (antes Twitter): «Tristeza por la partida de mi querido Leo Dan, mi admiración infinita. Abrazo a su entrañable familia, paz». Montaner, quien compartió escenario con él en varias ocasiones, adjuntó un video recordando su interpretación de «Te he prometido», uno de los temas más icónicos del artista argentino.
El dúo mexicano Río Roma también se sumó al dolor de la partida del gran Leo Dan, escribiendo en Instagram: “Nos dejas tu música para siempre y el hermoso recuerdo de tu amistad tan única y especial. Te cantaremos siempre. QEPD”.

Otros artistas como Natalia Jiménez, Ana Bárbara y El Polaco también se unieron a las muestras de afecto, destacando su generosidad, su humildad y el cariño que siempre demostró hacia sus colegas y su público. «Te extrañaremos, descansa en paz», expresó la cantante española Natalia Jiménez, mientras que El Polaco, muy conmovido, publicó: «Gracias por su música, su humildad. Tuve el placer de conocerte y compartir un rato que quedará guardado en lo más profundo de mi corazón».
El hombre detrás del mito
Si bien Leo Dan fue reconocido por su voz y su capacidad compositiva, su humanidad fue igualmente grande. En su vida personal, siempre se mostró como un hombre sencillo, cercano a su gente y profundamente conectado con sus raíces santiagueñas. Durante su carrera, nunca dejó de recordar su tierra natal, a la que dedicó varias canciones, entre ellas la emblemática «Santiago querido». Aunque sus éxitos lo llevaron a escenarios internacionales, su cariño por Argentina y por su gente siempre estuvo presente, incluso en su incursión política como candidato a gobernador de Santiago del Estero, un papel que nunca impidió que siguiera creando.
Uno de los momentos más emocionantes de su vida ocurrió en 2024, cuando participó en la ceremonia de canonización de Santa Mama Antula, la primera santa mujer argentina, en el Vaticano. «Quiero cantarle a Messi y al Papa, y sé que lo voy a lograr», dijo en una entrevista años antes, y cumplió su sueño interpretando «Los caminos de la fe» frente al Papa Francisco, junto a Manuel Wirtz, en una ceremonia histórica para su país.
Su cercanía a la familia también fue parte fundamental de su vida. Fue un padre amoroso, especialmente de su hijo Nicolás, quien lo acompañó en numerosas giras y quien, con su talento, sigue la senda de su padre en la música. En uno de sus últimos conciertos en Lima, en 2009, Leo Dan presentó a Nicolás como su sucesor musical, un momento que quedará grabado en la memoria de todos los presentes.

El adiós a una leyenda
El legado de Leo Dan no solo se mide por los discos que dejó, sino por la huella imborrable que marcó en cada uno de los corazones que lo escucharon. Desde sus primeras canciones en los años 60 hasta su última actuación en 2024, la figura de Leo Dan se mantuvo fiel a su esencia: un hombre del pueblo, un trovador del amor y la nostalgia, un artista que cantó a la vida y a los sentimientos más profundos.
Hoy, su partida deja un vacío irremplazable, pero su música seguirá viva en cada rincón donde se aprecien las grandes baladas románticas. Y, como bien lo expresó El Polaco en su despedida, «gracias, maestro, por dejarnos tu música, tu humildad, tu arte, que nunca olvidaremos».
Leo Dan ya no está físicamente con nosotros, pero su voz, esa voz que supo emocionar a tantos, seguirá resonando en los corazones de todos aquellos que alguna vez soñaron con un «Te he prometido». Que descanse en paz el ídolo de América, el cantor de los sentimientos más puros.
Agricultura
La resistencia indígena de Huancané y su contribución a la lucha por la tierra
Fotografía MDP: Conmemoración 155 de la muerte del líder indígena Juan Bustamante

Entre 1866 y 1868, las tierras del altiplano peruano fueron escenario de una de las rebeliones más significativas en la historia del Perú: la sublevación liderada por Juan Bustamante. Esta lucha, que reflejó la resistencia de los pueblos originarios frente al poder colonial que aún se mantenía a través de los gamonales y terratenientes, se constituyó en un enfrentamiento por la restitución de las tierras arrebatadas a las comunidades indígenas. La Batalla de Huancané, librada el 2 de enero de 1868, se convirtió en el campo de un enfrentamiento decisivo que, aunque resultó en la derrota de los insurgentes, dejó una huella indeleble en la memoria colectiva de los pueblos originarios, marcando un hito en la historia de las luchas campesinas por la tierra.

El contexto de la lucha por la tierra
A mediados del siglo XIX, los pueblos indígenas del Perú continuaban siendo víctimas del despojo sistemático de tierras, un legado dejado por el sistema colonial. Aunque el Perú había logrado su independencia en 1821, las estructuras de poder que mantenían a las comunidades originarias en un estado de explotación no desaparecieron. Los gamonales, terratenientes que controlaban vastas extensiones de tierra, mantenían intacto un sistema feudal que despojaba a los pueblos indígenas de sus territorios ancestrales, consolidando un sistema agrario profundamente injusto. En este contexto, los pueblos originarios del altiplano peruano vivían una doble opresión: la herencia del dominio colonial y la explotación por parte de las nuevas élites republicanas.
Fue en este ambiente de creciente descontento social donde emergió la figura de Juan Bustamante, un líder indígena que, a pesar de sus orígenes, se convirtió en uno de los más grandes defensores de los derechos de las comunidades originarias. Nacido en la región de Puno, Bustamante experimentó desde joven las injusticias que sufrían las comunidades indígenas. Aunque su linaje estuvo vinculado al bando realista, como hijo de un coronel del ejército realista, Bustamante se rebeló contra el orden republicano y adoptó una causa que lo colocaría como uno de los principales símbolos de la resistencia indígena en el siglo XIX.
La rebelión de Juan Bustamante
En 1866, Bustamante organizó un levantamiento en Huancané, con el objetivo de recuperar las tierras que habían sido arrebatadas por los terratenientes. Bautizándose como Túpac Amaru III, evocó la figura de Túpac Amaru II, el líder indígena que había liderado la rebelión contra el poder colonial en el siglo XVIII. Bustamante, con su carisma y profundo conocimiento de las injusticias del sistema, logró movilizar a cientos de campesinos e indígenas que, bajo su liderazgo, se levantaron en armas para reclamar la restitución de sus tierras.
Aunque la rebelión comenzó con algunos éxitos, la insurgencia pronto se enfrentó a una feroz represión por parte del gobierno peruano, que percibía la sublevación como una amenaza a la estabilidad nacional. Las tropas del ejército peruano, apoyadas por Bolivia, intervinieron para sofocar la rebelión. El gobierno del dictador Mariano Melgarejo en Bolivia, que inicialmente mostró simpatía por la causa de Bustamante antes de dar el golpe al gobierno democráticamente elegido, terminó colaborando en la represión del gobierno peruano, enviando tropas bolivianas para aplastar el movimiento.
“Los antiguos dueños y poseedores de la América, los verdaderos propietarios y poseedores del imperio de los Incas, están hoy en la misma condición á que los habían sometido los usurpadores y bandoleros [v.g. los españoles] que se enseñorearon en estas ricas regiones por 300 años de dominación: en nada han mejorado desde que con sangre de esos mismos infelices se conquistó la soberanía americana: ellos derramaron su sangre por la redención; pero ellos permanecen aún en el calvario …”
Esta versión fue en parte la visión del indio de Juan Bustamante. Sus opiniones continuaban reflejando el liberalismo abstracto y moralizante de los próceres de la década de 1820, época en la que él había alcanzado la madurez. Bustamante buscaba hacer realidad la igualdad legal que las leyes de la República habían otorgado a los indios en las constituciones y códigos legales peruanos desde 1821.
La sublevación de Huancané: derrota y resistencia
El 2 de enero de 1868, las fuerzas de Bustamante se enfrentaron en la Batalla de Huancané a un ejército gubernamental mucho más numeroso y mejor armado. La ciudad de Huancané, que había sido tomada por los sublevados, fue el escenario de la confrontación final. Bustamante y sus seguidores, un ejército de campesinos e indígenas que carecían de formación militar y recursos, intentaron defender la ciudad desde posiciones estratégicas en las colinas circundantes, utilizando el terreno a su favor, como es típico en las tácticas de guerrilla. Sin embargo, las fuerzas del gobierno peruano, apoyadas por los refuerzos bolivianos, cercaron la ciudad y atacaron con artillería pesada, lo que inclinó la balanza a su favor.
La intervención de Bolivia fue crucial en este enfrentamiento. Aunque inicialmente el gobierno de Melgarejo había mostrado simpatía por la causa de Bustamante, el cambio de postura del presidente boliviano y su decisión de enviar tropas para apoyar al gobierno peruano significó un golpe devastador para los insurgentes. Las tropas bolivianas, junto con el ejército peruano, utilizaron tácticas de cerco y enfrentaron a los guerrilleros insurgentes con superioridad numérica y armamentística.

A pesar de la valentía y la resistencia de los combatientes de Bustamante, la batalla resultó en una derrota decisiva. Muchos insurgentes cayeron en combate, y otros fueron capturados y sometidos a brutales castigos. Bustamante, aunque resistió hasta el final, fue finalmente apresado, lo que selló el destino de la rebelión que buscaba recuperar las tierras arrebatas por los colonizadores, transferida a los terratenientes y gamonales.
La derrota y sus consecuencias
La derrota en la Batalla de Huancané no solo significó el fin de la rebelión en esa región, sino también el comienzo de una represión brutal. Tras la batalla, Bustamante fue capturado y, junto con sus seguidores, enfrentó una serie de castigos crueles. Las autoridades peruanas, temerosas de que la rebelión se expandiera a otras regiones del país, ejecutaron a muchos de los insurgentes, mientras que los sobrevivientes fueron encarcelados o desterrados.
La represión también tuvo efectos devastadores sobre las comunidades indígenas que habían apoyado a Bustamante. Las tierras que los insurgentes habían intentado recuperar fueron nuevamente despojadas de los pueblos originarios, y los gamonales recuperaron el control total de las áreas circundantes. La batalla y su desenlace, aunque representaron una derrota para los pueblos indígenas, dejaron un legado profundo en la memoria colectiva de los pueblos originarios del altiplano peruano, quienes vieron en la figura de Bustamante un líder digno de seguir.
El legado de la sublevación de Huancané
Aunque la Batalla de Huancané resultó en una derrota para los insurgentes, la sublevación dejó una marca indeleble en la historia del Perú. La lucha de Bustamante y sus seguidores no solo representó la resistencia contra el despojo de tierras, sino también un acto simbólico de rebelión contra un sistema político y económico que mantenía a las comunidades originarias en una situación de esclavitud moderna.

La batalla y la figura de Bustamante se convirtieron en un faro para futuras generaciones de luchadores sociales, especialmente en el siglo XX, cuando el movimiento campesino y las demandas de justicia agraria se hicieron más visibles en el ámbito nacional.
La derrota de Bustamante no apagó la llama de la resistencia indígena. De hecho, la Batalla de Huancané inspiró a muchas otras luchas populares en el país, y figuras como José Carlos Mariátegui en la década de 1920 se referirían a esta rebelión como una de las bases de la lucha por los derechos de los pueblos originarios y la reforma agraria en el Perú.
Lamentablemente la historia oficial del Perú no hace referencia a este hecho importante de su pasado, acentuando la pérdida de memoria histórica de los peruanos y normalizando el despojo de las mejores tierras para la oligarquía nacional, incluso ahora el propio Estado se encarga de despojar para las grandes empresas agroindustriales y las transnacionales extractivistas, haciendo más vigente la necesidad de que los campesinos peruanos luchen por recuperar la tierra para promover la seguridad y soberanía alimentaria de la familia peruana.
Referencias Bibliográficas
- De la Fuente, J. (2004). Juan Bustamante: Un líder rebelde del siglo XIX. Lima: Editorial Cuzco.
- Hidalgo, J. (1993). La cuestión agraria en el Perú: del siglo XIX al siglo XX. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.
- Mariátegui, J. C. (1928). Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Lima: Editorial Amauta.
- Ramírez, E. (2011). El levantamiento de Juan Bustamante: Una mirada crítica desde la historia social. Puno: Universidad Nacional del Altiplano.
- Tapia, M. (1985). Gamonales y terratenientes: El sistema agrario en el Perú del siglo XIX. Lima: Fondo de Cultura Económica.
- Vargas, R. (2007). Resistencia indígena en el Perú: La sublevación de Huancané y otras rebeliones. Lima: Ediciones Mariposa.
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